domingo, 16 de agosto de 2009

Prohibido morir

Recuerdo que la primera vez que me mencionaron la muerte fue cuando tuve 5 años. No hubo una gran explicación. Simplemente mi madre recibió una llamada en la cual le decían que mi pequeño primo Anthony había fallecido ahogado. Empezó a llorar desconsoladamente diciendo: “Anthony ha muerto”. Automáticamente yo también empecé a llorar de manera realmente conmovedora mas sin entender realmente qué había sucedido pues solo sabía que “ha muerto” debía ser algo muy grave o preocupante pero sinceramente no entendía en lo más mínimo la actitud de mi madre en ese momento. Ahora que lo pienso tal vez empecé a llorar por pura solidaridad o porque quizás nunca vi llorar a mi madre de tal manera.

Después de la conmovedora escena de un sábado de 1995 en la cual las compañeras de trabajo de mi madre le dieron a tomar un vaso de agua y a mí de gaseosa recuerdo que nos dirigimos al velorio que ya se estaba oficiándose en la casa del ahora difunto primo. Era un cajón blanco, si mal no recuerdo. No obstante, lo que más despertó mi interés y lo que me afectó más fue ver a mi tía Naty en la cama mencionando el nombre de mi primo. No lo hacía llorando sino más bien delirando. Veía a mucha gente haciéndole oler alcohol con algodones y pasándole unos paños por la frente, sin embargo ella invocaba con dolor el nombre de su hijo como si de esa manera el fuera a aparecer en el dormitorio: Fue allí que comprendí que jamás volvería a ver a mi pequeño primo de tres años. En ese momento recordé con mucho dolor (puede que haya sido en ese momento que lo descubrí) los momentos en los que habíamos jugado juntos y las risas que habíamos compartido. Luego de ello, no tuve el valor de ver el cadáver y me mantuve junto a mi madre sin mencionar palabra alguna que recuerde.

Alguna vez conversando con mi madre sobre este triste episodio me dijo que luego de ir al velorio me sumergí en una profunda depresión, que ocasionó que me tuvieran que mandar donde la psicóloga del jardín de niños quien le llamó la atención a mi progenitora por no haber evitado que yo vea semejantes escenas de dolor a mis escasos 5 años. Para ser sincero no recuerdo que alguna vez haya tenido que ir a terapia o que incluso me haya deprimido de tal manera que me tuvieran que llevar a hablar con una especialista pero si dicen que ocurrió debió haber sido así porque tampoco recuerdo al 100% todo lo de esa época.

Tres años después volví a recibir una noticia relacionada a la muerte: Había fallecido un tío muy querido de la familia. La noticia me la dieron en Chongoyape, en el departamento de Lambayeque, donde pasaba mis vacaciones de verano. Al tío Humberto (de quien nunca supe si realmente fue mi tío o solo un personaje muy querido de la familia) lo recuerdo muy viejito y siempre regalándome un helado. Esta pérdida la lloré pero no la sentí mucho pues el tío no era muy cercano y además sentía, a mis 8 años, que su ciclo de vida ya había acabado. Años después me enteré que otro tío había fallecido cuando tuve 7 años pero optaron por no contármelo pues temían algún trauma irreversible. No obstante todas estas experiencias que estoy contando y algunas otras nunca he sentido la pérdida de alguien realmente querido y cercano. De repente la de mi primo Anthony pudo haberlo sido pero hay que resaltar que recién entendía la verdadera dimensión de una muerte, además tenía 5 años, por ello tiene un significado diferente pero no por ello menos especial. Como comprenderán estas muertes ocurrieron cuando era un niño y tenía menos de 10 años. A partir de ahí ningún integrante de mi familia o amigos ha fallecido.

A lo que voy con este post es que a mis 19 años he convivido con tantas personas a las que quiero tanto que simplemente no concibo la idea de que alguna de estas desaparezca súbitamente o que tenga que prepararme a su irremediable pérdida. Es cierto que muchos dicen que uno se acostumbra a la ausencia de ciertas y, de hecho, yo también me he acostumbrado a no ver a muchos amigos a quienes antes frecuentaba, no obstante, cuando siento la necesidad de hablar con ellos puedo llamar a sus celulares o mandarles un correo electrónico o dejarles un mensaje en el Facebook. Pero acostumbrarme a la pérdida total no creo ser capaz de estar preparado, aunque lo que más martilla mi cabeza es si en algún momento lograré estarlo y superar con creces la muerte de alguien.

Hace poco fui a ver una obra llamada “Para morir bonito” en la cual el protagonista, a quien nunca se le había muerto nadie, decía que tal vez eso ocurría porque les había prohibido a todos sus seres queridos que tengan la osadía de hacerlo. Eso a mí me gustó porque de repente, después de las muertes que de alguna manera más he sentido y que han ocurrido cuando era niño, yo también les he prohibido a todos los que quiero que se mueran. Y si no lo hice cuando niño pues lo hago ahora: Les prohíbo a todas las personas que quiero (familiares y amigos) que se mueran y si tienen la osadía de hacerlo, los mato.

Canción para vivir: Me and Julio down by the schoolyard

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