domingo, 15 de noviembre de 2009

Las Brujas de Salem


Recuerdo que cuando compré el programa de mano de “El método Gronholm” y vi que iban a montar “Las Brujas de Salem” deseé con todas mis fuerzas que llegara pronto ese día pues al saber que iba a estar dirigida por Juan Carlos Fisher no podía sino esperar lo mejor. Ya había visto En Casa/en Kabul y el montaje me pareció tan espectacular que si hubiera sido posible separar mi entrada desde febrero, definitivamente lo hubiera hecho.

Y fueron pasando los meses hasta que llegó el momento de asistir al evento. Antes de ello, por supuesto, leí las respectivas críticas aunque sinceramente sabía que no me iban a causar mayor impacto pues tenía la convicción que iba a estar bien dirigida y porque además mis actores favoritos (Paul Vega y Norma Martínez) actuarían en ella. Sin embargo, la crítica sí causó un gran impacto pues Alonso Alegría decía que era la mejor obra vista en la Plaza, ever y por ello, no me la podía perder.

Fue así que reuní a mis mejores amigos, compramos nuestras entradas y vimos la obra que habíamos estado esperando tantos meses. Pese a que fue un día particularmente difícil el ver esta obra realmente logró uno de los objetivos que creo debe tener toda obra de teatro: Desconectarme por unos instantes de MI realidad e involucrarme en otra pero no solo como un mero espectador sino como uno de los protagonistas de un evento de particular importancia. Un evento que cambia la vida de todos para siempre.

“Las Brujas de Salem” me sedujo pues noté las acciones más desesperadas a las que es capaz de llegar un ser humano para poder salvarse aun cuando ello signifique atentar contra la dignidad y el buen nombre de las demás personas. Constaté, además, que una persona no necesita ser muy egregia ni muy sensata para que su palabra sea creída cuando se basa en algo tan supuestamente puro y noble como la religión y la Palabra de Dios, más aún tratándose de niños quienes deberían conservar la inocencia y la incorruptibilidad propia de su edad pero que se comportan como los más vulgares seres humanos contradiciendo los estamentos que justamente la Iglesia y nuestra sociedad se han encargado de endilgarnos. Finalmente, me vi envuelto en un penoso dilema cuando percibí que el amor puede ser tan hermoso que perdure y es capaz de defenderse e inclusive de sacrificarse para mantener la dignidad propia de cada persona, pero también ser la fuente de la más abyecta obsesión que derive en una gran persecución.

El contexto político, social y, como no podía ser de otra manera, religioso me atrae de sobremanera ya que en base a él se basa toda una estructura organizativa que poco o nada tiene que ver con lograr hacer de Salem un mejor lugar para vivir, sino que busca, en la imagen de sus autoridades, velar por sus propios intereses, y es por ello que inclusive aluden descaradamente y sin vergüenza a la religión pues es la manera más sencilla de evitar una revuelta y de acallar a una población supersticiosa e ignorante en todo sentido que no es capaz de elevar una pequeña voz de protesta pues está sometida al miedo y a la venganza que sobre ella pueda caer. La pequeña diferencia con nuestros tiempos actuales (es inevitable que haga esta extrapolación) es que en el contexto histórico de la obra era una obligación callarse, en cambio nosotros lo hacemos por comodidad y por ese afán extremo de “no meternos en problemas”.

Frente a toda esta realidad mojigata y medrosa, resalta la cuestionable y particular mentira de Abigail. Particularmente siempre he tenido una fascinación especial por los villanos, seres inescrupulosos y sin valores cuyo objetivo es destruir la vida de los protagonistas que muchas veces pecan de ingenuos e idealistas. No obstante, lo que más me encanta de este tipo de personajes es cuando inyectan su vida de humanismo. Es decir, no es un simple gusto, placer y diversión por hacer maldad, sino que lo hacen anteponiendo ante todo sus sentimientos, sus creencias y su verdad. Son los seres más honestos pues no se andan con rodeos: luchan por lo que quieren intentando pasar por sobre todos, inclusive por todo un pueblo. Es lamentable pero representan lo peor y lo más cercano a nuestra realidad ya que no son pocos los que son capaces de pisar cabezas inocentes con tal de lograr su objetivo. Y eso es lo que me fascinó de Abigail. Su gran determinación y una gran constancia para llevar su mentira hasta las últimas consecuencias. Sin embargo, por alguna extraña razón presumo que la actuación pudo haber sido más intensa y hecha con más pasión aunque eso no le resta valor a la gran performance de Melania Urbina, quien fue una Abigail que logró la animadversión de mis demás acompañantes.

Lamentablemente, no he tenido el placer de leer el texto de Arthur Miller. Asumo que es uno de mis pendientes en las próximas vacaciones de verano. Por ello, es que de alguna manera me siento limitado pero lo que vi merece tanta importancia que para mí es inevitable seguir comentando acerca de los personajes que más me fascinaron. Uno de ellos fue el Reverendo Hale quien interpretado por Rómulo Assereto supo dotar al personaje de unos matices que definitivamente merecen un gran destaque. No puedo evitar mencionar su seguridad y el miedo que finalmente se desencadena como producto de la primera sensación. Hale, inconscientemente, fue partidario de toda esta cacería de brujas pero la manera en que se desenvuelve hacia el final de la trama no deja un ápice de duda sobre su calidad humana, tal vez cuestionable pero, según mi parecer, una de las más parecidas a mis convicciones, por el mismo hecho de mostrarse inseguro frente a las decisiones que tomó pese a que en el momento no hubiera sido capaz de auto cuestionarse.

Y como no podía ser de otro modo, John Proctor es el gran héroe de toda la mentira creada por Abigail. Supongo que tendría que decir que es un hombre de buenos valores, valiente, justo, etc. y que a pesar que cometió un grave error en el pasado, lo más importante es que se arrepintió y luchó contra el gran poder de la Iglesia. No obstante, esto no fue lo que más me impresionó pues hombres así han existido y existirán en la literatura, en el teatro y seguramente en la vida. Lo que realmente admiré de Proctor fue las agallas que tuvo para defender, ante todo, su nombre. Eso para mí es invaluable. En tiempos actuales a mí me parece que defender nuestro nombre no se ha vuelto un asunto de dignidad sino más bien de negocio y convencionalismos, por ello el hecho que haya arriesgado inclusive la dicha familiar que probablemente hubiera tenido es realmente fascinante. Fascinante, además, porque él sabía que esa dicha no iba a ser completa pues solo sería una mentira propia de esa teoría que muchos asumen que es “salvar su propio pellejo”. Y aunque a muchos les haya parecido egoísta que haya preferido su nombre a la libertad y la probable felicidad con Elizabeth y sus hijos, él prefirió quedar un como un ser realmente noble y que se mostró valiente defendiendo con gallardía su nombre, su buen nombre.

Habiéndome criado en un hogar católico y habiendo estudiado en un colegio Católico (Marista de corazón) se comprenderá mi amplio conocimiento sobre la religión que tengo pero felizmente, estando en pleno camino de convertirme en un hombre de Ciencias, mis percepciones no son para nada sesgadas y eso me permite tener una visión más amplia y sin polarizaciones de lo que significa ser un católico. Probablemente, ni siquiera recordemos en orden los mandamientos o leamos la Biblia, pero lo más importante es no perder ese sentido de la realidad que nos dota a nosotros mismo de sensibilidad y sobre todo raciocinio que nos permitirá valorar a los seres humanos sin juzgarlos, ni culparlos pero anteponiendo ante todo que por el mismo hecho de ser seres humanos su palabra no puede ser absoluta y admite, por supuesto, equivocaciones y errores que no necesitan necesariamente entendimiento. A veces, las emociones mueven tanto a los seres humanos que solo nuestra capacidad de comprensión hará que no nos ensañemos contra los que piensan diferente. Todo ello no solo lo digo por las razones que motivan a Abigail sino porque en los últimos días se ha estado viviendo un intenso debate entra nuestros distinguidos clérigos y el mundo científico que lamentablemente se ha visto empañada por toda una corriente del primer grupo que no admite si quiera conocer algunos preceptos científicos y se cierra en las ideas que pueden estar atentando contra todo un grupo de personas pensantes y que tienen todo el derecho de elegir, casi parecido a lo que pasaba en Salem, juzgando exageradamente y adjudicando sambenitos como los de “asesino”, muy símiles a los sambenitos de “herejes” o “alabadores del demonio” en Salem.

Volviendo a la obra, decía que había logrado un gran impacto en mí pero no puedo decir, lamentablemente, que fue la mejor obra que haya visto. Será que mis expectativas estaban tan altas, que, salvando distancias, no me dejó ese gustito en la boca que me dejó Kabul o que me dejó hace un tiempo Extremos o la memorable El beso de la mujer araña. Salí feliz pero no dichoso. Intento buscar las razones y encuentro algunas: El elenco era demasiado. Sí, probablemente era absolutamente necesario pero no percibí que se haya explotado totalmente el gran elenco que tuvo. Porque era un elenco de indescriptible valor pero me hubiera gustado ver un poco más de cada personaje maravilloso que vi. Por otro lado, aunque el final me encantó lo noté predecible. No creo que ese haya sido problema de montaje pero noté en los minutos finales un ligero desgaste. No noté a todos completamente comprometidos, o tal vez, el exceso de sentimentalismo no me permitió verlo como debía ser, no lo sé. Entre otras cosas, hubo una escena bastante intensa y densa pero que mereció ¡risas de parte de gran parte del público! No entendí por qué. Yo estaba apenadísimo viendo esa escena de Proctor con la pequeña Mary Warren(una preciosa y realmente excelente Gisela Ponce de León), pero esas risas me desconcertaron y me desconcentraron, y puedo asegurar que a los dos actores también les ocurrió lo mismo. ¿Eso fue problema del público o en algún momento la actuación fue poco verosímil que ocasionó tal reacción? Duda que si tuviera que dar alguna explicación me atrevería a afirmar que fue por la primera razón, lo cual sinceramente espero.

Finalmente, no puedo dejar de mencionar mi escena favorita no solo por ser, para mí, la más intensa sino porque me inyectó de una emoción indescriptible. No sabía si llorar, gritar o hacer Dios sabe qué. Estaba muy bien trabajada, muy bien actuada. Realmente, podría ser la mejor escena vista en toda mi vida ya que no cabrían las palabras para expresar todo lo que me hizo sentir. Todo lo que en esos minutos viví fue una experiencia orgásmica que me dejó exhausto pero con una sonrisa de satisfacción por haber tenido la dicha de ser partícipe de esta gran demostración de arte. Me sentí un iluminado pues lo que vi y sentí en el escenario de La Plaza es una de las mejores sensaciones en toda mi vida: Fue la escena en la que Proctor lleva a Mary Warren hacia el Tribunal en el que tiene que confesar toda la verdad frente a Abigail y las otras niñas. Después de muchas confrontaciones, llevan a Elizabeth a que confirme si lo que dice su esposo es cierto sellando, por último, el fin que este tendrá. Una escena así vale realmente la pena y es lo que hace que el teatro sea una experiencia no solo fascinante sino sublime, encantadora y admirable. Realmente recomendable, vayan a ver Las Brujas de Salem.